Dos hombres ilustres

Columna de opinión

Diana Nápoles
3 min readDec 31, 2016

Por: Diana Leticia Nápoles

El otro día iba caminando por la calle, muy tranquila yo, con mi mochila a cuestas y una botella de agua, por eso del golpe de calor, cuando escuché una de esas conversaciones que parecen repetirse cíclicamente cada cierto tiempo entre las voces que le dan vida a este suelo.

Eran dos hombres muy respetables, con sus camisas de cuello y sus mangas recién planchadas, que hablaban sobre el futuro del país, alegando que lo que en realidad necesitamos era destituir al señor presidente, para dejar su espacio vacío, de tal forma que la gente entendiera que ese lugar no tenía por qué ser ocupado por un solo hombre, capaz de arrastrar consigo hacia las más intransigentes situaciones. Entonces, no pude evitar mirar de reojo a ese par de hombres que masticaban con habilidad sus palabras antes de echarlas al mundo. “Imagínese usted, ¿qué haríamos sin presiente?”, dijo uno de ellos, “¡Qué locura! Ni pensarlo, quién se encargaría de recordarnos que las cosas podrían ir peor, imagínese usted”, le respondió su compañero.

Pero el asunto no paró ahí, como la plática estaba muy buena, y los señores ni mi fragancia notaron, me instalé a la despistada cerca de su foro; de todas formas no llevaba prisa y parecía que esos dos, a través de su debate, podrían revertir de una vez y para siempre el destino de nuestra cada vez más encallada nación.

Pues mire, el asunto es que comenzaron a decir quésque ya no tenemos garantía de nuestra seguridad, que para qué tanto político y magistrado, lo de siempre, las mismas quejas apiladas en el mismo montón que nadie se ocupa de ordenar. Pero de repente, que le escucho decir a uno: “Pero qué ganamos con hablar, con tanto decir nomás… Más nos valdría no andar de bocones, no vaya a ser que nos oiga alguien que no deba…”.

Entonces, pensé para mis adentros, ¿y quién sí debería oír a esos hombres ilustres que discuten los temas públicos en medio de una plaza, deshaciéndose en el calor de la tarde? Yo tampoco lo sé, quisiera pensar que los que sí debieran oírlos son las personas doctas, los que se encargan de la ley, porque la verdad yo nada más he oído de lejos hablar de ellos, nunca me ha tocado escucharles decir algo que no me entre por una y me salga por la otra. Se me ‘cuatrapean’ las frases que pronuncian, o se me arremolinan en la cabeza sin encontrar un lugarcito dónde acomodarse, porque son palabras de esas que usa la gente cuando no quiere que la entiendan, pues prefieren esconder detrás de complicaciones rebuscadas las verdades simples.

Pero bueno, regresando al relato, ya casi al final, un señor contestó: “Mejor deberíamos pensar en qué hacer para no estar nomás sentados, a ver cómo podríamos echarle la mano a México, ¿no cree?”, a lo que su interlocutor contestó: “Ay, qué ganamos, brincos diera por sentir que lo que hablamos aquí fuera considerado por alguien.”

En fin, yo no sé de qué otros temas habrán hablado estos hombres, pero imagino los portentosos discursos que en mi ausencia han de haber lanzado. Aunque una cosa sí es cierta, independientemente de que seamos tomados en cuenta o no, todos podemos inventar cada día una manera de echarle la mano a México, ¿no? Porque, a ver, dígame usted, ¿qué nos cuesta? En lugar de una queja, poner un propósito en el umbral. ¿No se haría una gran diferencia? Piénsele tantito, a lo mejor se da cuenta que usted, al igual que esos dos hombres ilustres y yo, también nos puede ayudar.

@diananapoles

Texto publicado en la sección La Laguna del periódico El Siglo de Torreón en octubre de 2012.

*Con este texto resulté ganadora del concurso universitario de Jóvenes Columnistas cuyo premio era escribir durante seis meses una columna quincenal en la sección La Laguna de este diario lagunero.

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Diana Nápoles
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Written by Diana Nápoles

Comunicóloga, lectora y cronista en entrenamiento

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