Nadar: ser cuerpo
Hace semanas que busco echar unas palabras por acá, pero el ritmo en que me he impuesto no me dejaba espacio. Al fin.
El 12 de febrero se celebró el Día del Nadador. Desde entonces tuve el deseo de escribir al respecto de mi relación con este deporte. Ya no recuerdo qué quería contar aquella vez, pero tengo algunas impresiones que me parece bueno dejar registradas para releerlas después.
Por una parte, nadar es una actividad altamente exigente. Hay quienes me dicen que es relajante, no lo niego, pero cuando uno practica natación buscando mejorar sus marcas se convierte en algo que te puede dejar en calidad de bulto después de menos de dos horas de chapotear.
Mi afición por las albercas comenzó a los cinco o seis años. En ese entonces, cada verano venían algunas primas que vivían en Estados Unidos y había fines de semana familiares donde convivíamos por días para aprovechar que estaban de visita.
En una de esas ocasiones, nos inscribieron a clases de natación. No recuerdo mi edad exacta, pero era una niña que aún no estaba en segundo grado de primaria. No sabía nadar y me daba miedo incluso flotar. Tengo otra prima, Laura, que me ahogaba, hundiéndome la cabeza en el agua para divertirse con las demás. Yo me asustaba, pero como podía sacaba la cara al aire y manoteaba para librarme.
Creo que esos juegos bruscos me ayudaron a perderle el miedo al agua desde chica. La alberca donde nos daban las clases era pequeña pero me tapaba por mucho. Ahí tomé unas cuantas lecciones y por supuesto no aprendí a nadar, pero mi relación con el agua, la natación, los trajes de baño y las albercas, comenzó.
Pasaron muchos años para que regresara a clases. Siempre me las di de que sabía nadar no sé por qué. A los 24 años renuncié a mi primer empleo formal donde estuve trabajando por casi un año. Duré alrededor de un mes viendo el techo, recuperándome de una fiebre tifoidea que me dejó tirada por semanas y pensando cuándo comenzaría a buscar otro trabajo.
En esos días, una tía paterna me invitó a ir a clases de natación en una alberca pequeña de Gómez Palacio, no quedaba tan lejos de mi casa y como no tenía nada qué hacer, acepté. Para mi sorpresa, descubrí que no recordaba casi nada, podía chapotear, flotar más o menos, pero nadar era una cosa que ya no estaba asociada a mis movimientos.
Como pude seguí, fui por meses a clases con ella y un tiempo después continué yendo por mi cuenta, sola. Nadaba tres veces por semana. Más que nadar, intentaba hacerlo. Por esos años comencé a correr los días que no iba a nadar. Era: lunes de natación, martes de trote, miércoles de natación con cena de tamales de afuera de la panadería Bravo, jueves de trote, viernes de natación... Me sentí imparable.
Me gustaba la sensación de ser cuerpo y zambullirme pero no ahogarme. En 2018 me mudé a Torreón, tenía 28 y la certeza de que allá habría muchas albercas a mi disposición, a diferencia de Gómez, donde no es algo común. A esa edad comencé a entrenar para mi primer maratón y nadar quedó aplazado para otro momento de mi vida deportiva.
Pero a los 29, regresé con el furor de querer mejorar mi tiempo para el segundo maratón y decidí incluirme clases de natación durante la preparación para tener mejores pulmones durante la prueba. Independientemente de si eso ayudó o no, regresé al agua. Tres veces por semana nadaba una hora. Ahí conocí a Checo, el mejor profesor de natación que hay en todo Torreón, me atrevo a afirmar.
Checo no sólo me enseño a nadar de verdad — porque lo que yo hacía era defenderme, pero nadar como que no, jajajaja — , sino que también se convirtió en un amigo al que extraño mucho desde que ya no nado en la alberca donde enseña.
Total, a los 29 años, siendo corredora según yo, me convertí en nadadora, una que recién y felizmente se descubría. Siempre he creído que tengo los brazos largos y que eso es una ventaja en este deporte. No sé si tenga relación, sólo es una idea. La cosa es que desde los 29 seguí nadando en casi todas las albercas que hay en Torreón, aunque me faltan algunas.
He nadado en la Deportiva de Torreón, que es olímpica (50 metros), la alberca del Club Campestre de Torreón, la de Acuático Los Delfines (una alberca en la que dan clases por la calle El Siglo de Torreón y donde conocí a un señor muy buena onda que me dijo: si no te compras unos googles, no la vas a armar), en Aqua 5 sie7e (Senderos), en la del Colegio Jefferson (donde conocía a Checo), en la del Colegio Eliseo Mendoza Berrueto, la alberca de Acuático GB en Torreón Jardín, la alberca del ITESM campus Torreón a donde me colé por invitación y a hurtadillas, la del Complejo Deportivo La Jabonera, la del Centro Deportivo San Antonio en Gómez el año pasado y recientemente en la alberca de un gimnasio cercano a Galerías Laguna. Me faltan pocas albercas por pisar.
Una de las cosas que me han ocurrido y que siento que no me pasaría en otras ciudades es quedarme con la alberca para entrenar sola. Había días en los que nadie más iba y yo podía tenerla toda. Sobre todo los viernes por la tarde. Los alumnos faltaban y yo nadaba, imperturbable, a mis anchas, sintiéndome la persona más suertuda del mundo.
En general me enorgullece haber hecho tiempo estos años para tener la experiencia de nadar en todos esos lugares y haber tenido a cuatro profes de natación en mi historial. Me hace demasiado feliz meterme al agua y moverme en ella; deslizarme. En el triatlón sprint que hice en junio de 2021 mi profe Checo gritaba desde afuera de la alberca: ¡deslízate! ¡Deslízate! Y ahora cada vez que nado, no importa dónde, me lo digo con la misma fuerza: Diana, ¡sólo d-e-s-l-í-z-a-t-e!
He llegado a decirle a mis amigos que disfruto más nadar que correr o andar en bici, en realidad me gusta mucho también el ciclismo y el senderismo, no sé cuál más, pero la sensación que sobreviene después de nadar es deliciosa y quiero repetirla miles de veces. Aprender a nadar ha sido uno de los descubrimientos personales más geniales de mi vida. Y también ha sido un regalo por el que siempre me sentiré agradecida.
Ya pasó mucho tiempo desde el Día del Nadador, pero ojalá todos lo intenten alguna vez. Aunque sea por morbo.
P.D. La vuelta de campana aún no me sale. Cuando la hago sí se ve muy fail.
*Texto escrito el 7 de marzo de 2022.